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lunes, 4 de noviembre de 2013

Ciencia y ballet

Cada vez que hago algo satisfactoriamente me digo a mi mismo:
“Ya está, lo tengo, ya lo he entendido”. Pero no, no he aprendido nada.
La conclusión de una pintura es otra pintura.
Matisse, 1945


Poco después de que yo empezara mi doctorado en la University of East Anglia, en Inglaterra mi asesor se mudó al Island Ecology and Evolution Research Group del CSIC en Tenerife, España. Después de tres años de comunicarnos por medios electrónicos y con mi trabajo de laboratorio terminado, decidimos que yo viniera aquí, a su nuevo instituto, para terminar de escribir mi tesis.

Los primeros días se me fueron en burocracia, en terminar de escribir un artículo antes de cobrara vida propia y en explorar los alrededores de mi nueva casa, en San Cristobal La Laguna. Pero hoy sábado tomo el tranvía a la ciudad vecina más cercana, Santa Cruz, un puerto con buques de carga y sin playa.

Los edificios habitacionales son altos y coloridos. La ciudad se siente grande pero se extiende poco a las barrancas y los lomeríos de vegetación desértica. Novecientos metros de altitud más arriba la vegetación es distinta. Hay un bosque donde los árboles se cubren de musgo y la neblina no deja ver el mar. Anaga. Visitiaré ese sitio mañana.

Por lo pronto hoy me bajo una estación antes de la última parada y camino sin mapa. Encuentro el Auditorio como quién descubre un cráneo de ballena inmenso y blanco junto al mar. Leo al borde del Atlántico un rato. Luego me adentro a la ciudad por una zona de edificios comerciales sin mayor personalidad que la de ofrecerme una banqueta. Por azar lleguo a un museo de arte: TEA. Un edificio en dos niveles sin tener dos pisos y con esa arquitectura que consigue no poner escaleras sino pliegues como de mantaraya. Ventanales abiertos a una biblioteca llena y un mostrador impecable al fondo. Dos salas de entrada libre, una con la temática insular y otra con textiles. En dos horas exhibirán en la sala de proyecciones Alice’s Adventures in Wonderland del Ballet Real de Inglaterra. Me quedo.

Escribo sobre esto en un blog más bien dedicado a la ciencia porque con frecuencia a los científicos se nos deslinda del arte, o nosotros mismos nos deslindamos de tal. Más de una vez se me ha acusado de mediocre por dedicarle horas de mi cerebro lúcido a leer una novela, a escribir poesía o a pintar. También una artista me dijo como cumplido una vez: you are creative, for a scientist (eres creativa, para ser una científica). Reí y sigo haciéndolo porque a veces sólo la risa puede sacudir el absurdo.

Para mi el arte y la ciencia ni están peleados ni son opuestos. Son dos productos del pensamiento humano con diferencias e intersecciones. Definir los hasta dóndes y los métodos es un acto subjetivo sobre lo que cada quién tiene opiniones aferradas. No entremos en esa discusión. Mejor miren, una bailarina:


Es injusto decir que toda la comunidad científica se pelea con el arte. Por ejemplo, el CERN, la asociación científica que mantiene una  de las mayores hazañas científicas de la historia (el Gran Acelerador de Hadrones), mantiene un programa para colisionar también las ciencias y las cartes: Collide@CERN.

Y así hay otras historias que no son el motivo por el que me pongo a escribir. Lo que  busco decir aquí es que ver ese el ballet, incluso si fue en video, me hizo sentir esa sensación en la médula ósea que luego se extiende hasta detrás de la nuca y que nos torna los ojos vidriosos. Lo que más me gustó fue ver el cuerpo humano. Las piernas sobretodo. Cuánto puede uno expresar con piernas en movimiento. Se puede contar una historia sin palabras.

Y la abstracción es tal que a ratos se olvida una que lo que ve son personas. A la danza la hacen personas. ¿Y a cuánto esfuerzo, a cuántos ensayos, a cuánto tedio, a cuánto abrazar el borde de la locura se someterán las y los bailarines? Quienes nos dedicamos a la ciencia haríamos bien en recordar que no somos los únicos en vivir de la creatividad y ni en perseguir la perfección como Alicia al conejo blanco.


Posdata: dedico esta entrada a Valeria Alavez, quién además de bióloga brillante es bailarina del Taller Coreográfico de la UNAM.

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